Síntoma 3 de la Mujer que Ama Demasiado
“Debido a que usted nunca pudo convertir a su(s) progenitor(es) en los seres atentos y cariñosos que usted ansiaba, reacciona profundamente ante la clase de hombres emocionalmente inaccesibles a quienes puede volver a intentar cambiar, por medio de su amor”
«En el camino de la recuperación»
No se por dónde empezar. Lo haré por lo primero que me viene a la cabeza: “papá”.
Hace unos años hice en Londres un curso de crecimiento personal basado en la educación del ser humano. A medida que avanzaba el curso se hacía cada vez más imperante en mí una antigua pero, para mi sorpresa, todavía muy presente necesidad emocional insatisfecha, la necesidad de decirle a mi padre: “Te quiero”.
El ritmo del curso transcurrió de tal manera que planteó a todo el grupo un trabajo muy personal e individual para poder avanzar satisfactoriamente en la evolución de nuestro crecimiento personal. Adquirimos el compromiso individual de utilizar uno de los descansos para hacer frente a alguno de nuestros bloqueos.
Yo pensé que decirle “te quiero” a mi padre no podría resultar tarea excesivamente complicada puesto que con facilidad y a diario se lo digo a mi hijo. Tuvieron que pasar seis descansos y dos interminables días hasta que reuní el coraje suficiente para marcar su número de teléfono. Recuerdo los minutos siguientes como uno de los momentos más difíciles de toda mi vida. Tenía muy claro lo que quería decir pero no contaba con las lágrimas. Encuanto escuché la voz de mi padre al otro lado de la línea, lo que supuestamente tenía que ser un “¡hola!”, se convirtió inesperadamente en un estallido de lágrimas.
Después de casi matar a mi padre de un ataque al corazón y de aclararle que no me habían violado y que no me había unido a ninguna secta, papá le pasó el teléfono a mamá para que pudiera tranquilizarla a ella también. “Hija! ¿por qué nos das estos disgustos?” Entre lágrimas, y en parte movida por el enfado que me provocaron sus palabras, seguido de ese tan conocido y familiar sentimiento de culpabilidad, conseguí chapurrearle a mi madre: “Sólo quería decirle a Papá que le quiero” “Os quiero mucho y quería que lo supierais”.
No me atreví a compartir la experiencia con el grupo. Me sentía avergonzada y fracasada. Aquellos minutos habían despertado en mí sensaciones y emociones que por algún motivo prefería ignorar.
Hoy, iniciado mi programa de recuperación como mujer que ama demasiado, pensar en aquella experiencia es una invitación a indagar en los ocultos motivos de aquellas sensaciones y emociones ignoradas.
¿Cuántas veces he sentido eso mismo en mis relaciones de pareja? ¿Cuántas veces he tenido la imperante necesidad de transmitirle a mi hombre que le quiero? ¿Y cuántos intentos fallidos, lágrimas, culpas y decepciones he sembrado por el camino?
Lo cierto es que todos mis amores han sido hombres emocionalmente inaccesibles por una razón u otra, y cuanto más inaccesibles, más me he esforzado yo en quererlos.
Quienes amamos demasiado estamos llenas de miedo: miedo a estar solas, miedo a que nos abandonen, miedo a no ser dignas y a no inspirar cariño, miedo a ser ignoradas y destruidas.
Miedos con los que hemos aprendido a vivir adaptando la totalidad de nuestro ser a comportamientos incómodos e insalubres, justificando así nuestra ansiada búsqueda de amor y felicidad.
Hoy tiene sentido cuando comprendo que la raíz de ese comportamiento está en mi propio deseo de ser amada, está en la creencia de una niñita de que, tal vez, si me esfuerzo un poquito más, conseguiré que papá se fije también en mí y que mamá esté contenta.
Lejos de provenir de un hogar disfuncional, obviamente entiendo que cualquier fallo, descuido o falta de atención que pudieran haber tenido mis padres hacia mí, nunca fue con la conciencia o intención de convertirme en una persona infeliz o sufridora. Educación, respeto, protección y cariño es lo que me inspira mi familia de origen, pues ese fue el entorno en el que crecí. Mi padre trabajaba a todas horas para mantener a una familia numerosa, cosa que combinaba perfectamente bien con la admirable labor que hacía mi madre dentro y fuera de casa por nosotras, sus cuatro hijas. Imagino que su único pecado, si es que lo hubo, fue no darse cuenta de que en algún momento pude necesitar alguna muestra individualizada, sólo para mi, de su afecto, comprensión, aceptación y reconocimiento.
Inconscientemente, escojo a hombres distantes e inaccesibles que despierten en mí el recuerdo de antiguos sentimientos y emociones que me permitan reproducir el mismo patrón de comportamiento que aprendí de niña. Con este tipo de hombres puedo sentir lo mismo y enfrentar los mismos desafíos que encontré al crecer.
Después de años de confusión y angustia, ahora entiendo que mi recurrente “mala suerte” con los hombres no es más que una obsesiva elección de mi subconsciente para permitirme enmendar mi aún frustrada necesidad de transmitirle a mi hombre que le quiero, con la finalidad de obtener así, del objeto de mi amor y dedicación, la atención y cariño individualizado que tanto he ansiado toda mi vida.
He tardado toda una vida en darme cuenta de que existe una forma muchísimo más sana y bella de amar.
RÉPLICAS
¿Qué ansiaba?
- No ser invisible y que mi padre se fijase también en mí.
- Que me abrazara y me diera un beso, y poder abrazarle yo.
- Que fuera más cariñoso y me acompañase a los sitios igual que los otros padres.
- Hacerle saber que le quiero.
- Transmitirle a mi madre que no estaba sola, que yo siempre estaría con ella.
¿Qué hacía para obtenerlo?
- Como eramos cuatro hermanas, obtener atención no era fácil, sobretodo teniendo en cuenta el poco tiempo que mi padre tenía para dedicarnos a todas. Los papeles de la más lista, la más guapa, la más graciosa, la más alta, los mejores dientes, las mejores orejas, la mejor nariz, las mejores cejas, las mejores piernas, los mejores pies! Ya estaban cogidos… el único que quedaba libre era el de la más buena, y afortunadamente a mí se me daba estupendamente bien! No tenía competencia.
- Ser muy buena y comprensiva con todo el mundo hacía que mis padres destacasen esa característica en mí pero me volví excesivamente tímida.
- Llorar con facilidad por poca cosa hacía que me prestasen atención y cariño.
- En fiestas y eventos familiares, no jugaba con los demás niños para poder quedarme con los adultos y no perderme nada de lo que mi padre pudiera decir. Era una estupenda ocasión para verle sonreir y pasarlo bien.
Identificación de réplicas en mis relaciones de pareja
- Siempre he tenido una imperante necesidad de decirle a mi hombre que le quiero, de abrazarle y dejarme rodear y proteger por sus brazos. Obsesivamente busco el contacto físico.
- Siempre me ha encantado que mi hombre destaque en mi esa bondad, y a la vez me he sentido muy incómoda y molesta cuando han alabado algún aspecto físico en mí, es como si me costase creérmelo, una mentira.
- Me las he ingeniado siempre para hacerme imprescindible en la vida de mi hombre utilizando mis mejores armas: mi sensibilidad, mi amor, mi comprensión, mi bondad… interpretando más bien el papel de madre protectora y cariñosa.
- Son infinitas las veces que me he sentido invisible y culpable a los ojos de mi hombre.
- Infinitas también las veces que le he seguido la fiesta sólo para poder estar con él. El hecho de que yo me sintiera cansada, incómoda, fuera de lugar y extraña en ese entorno no era importante, de hecho, aprendí a ignorar esas sensaciones y realmente me convencí y llegué a creer que si no me lo pasaba bien era porque yo era super aburrida.
A medida que avanzo en el programa de recuperación de Robin Norwood, soy capaz de identificar con facilidad más y más réplicas en mis relaciones de pareja. Pero en todas ellas prevalece el mismo ’modus operandi’, mi bondad como arma manipuladora en cualquier relación, aunque no sea afectiva. Este descubrimiento, en su día, fue una verdad dura de encajar: Yo, una manipuladora!! Debía de ser una broma! Se habían invertido los papeles…
Pero lo cierto es que esta nueva visión de mí, fue como un bálsamo sanador y liberador que me ayudó a entender esa conocida sensación de fracaso en mis relaciones, pero sobre todo, entendí y sigo aprendiendo, que el verdadero motivo de la BONDAD es el que no busca nada a cambio… es un motivo sin motivo.
Anónimo, Asociación MAQAD Ibiza 2009