Paso 4
«Desarrollle su lado espiritual mediante la práctica diraria»
En la infancia la palabra «Dios» me sugería respeto, misterio, obediencia, religión, buen comportamiento, temor al pecado, salvación…
En la adolescencia se despertó en mí un sentimiento de rechazo, negación, decepción, estafa, mentira, desilusión, falsedad…con todo lo que desde mi punto de vista pudiera estar relacionado con lo que había entendido que era «Dios».
Pasó el tiempo y en mi juventud aprendí y disfruté de la libertad, la autonomía, la amistad, el amor…paralelamente la vida me introdujo el concepto de «ateismo» e hice de ello mi filosofía de vida, sólo creía en mí misma, en el poder de la unidad y el amor; era un espíritu libre.
Llegaron tiempos difíciles y progresivamente la luz se apagó. Durante algún tiempo viví en la oscuridad. Se me olvidaron mis creencias de la infancia, olvidé mi negación de la adolescencia y no recordé los principios existenciales de mi juventud. No había ni «Dios», ni «no Dios», ni «yo misma». En pocas palabras, se me olvidó creer en algo.
Mi existencia se limitaba a un Cuerpo y una Mente. Mi cuerpo era el instrumento físico a través del cual mi mente hacía y deshacía, amaba y odiaba, reía y sufría, controlaba, manipulaba, organizaba y dirigía mi vida y la de los demás.
Me responsabilicé de muchas cosas. Me sentía con el deber y la obligación convencida de que eso era lo que se esperaba de mí y lo «correcto». Pensé que yo tenía todas las respuestas y, al no cumplirse mis expectativas…, me convertí en una víctima esclava de mis propias decisiones.
Durante un tiempo todo fue oscuridad. Mi cuerpo se debilitó y a mi mente se le agotaron las ideas. Yo no entendía el por qué de muchas cosas. ‘Si siempre he mirado por los demás y he intentado hacer lo «correcto» ¿Por qué no llego a ningún sitio? ¿Por qué me siento atascada en esta oscura experiencia?’
Y entonces vinieron a mí las respuestas. Si mi cuerpo y mi mente hubieran podido elegir, no hubieran escogido debilitarse ni agotarse hasta el punto de perder la ilusión por la vida. Era la primera vez que pensaba en mí desde hacía mucho tiempo y sentí ganas de llorar. Algo dentro de mí gritó ¡¡Por fin!! y lloré. Era mi alma…¡Mi Alma había decidido vivir esta experiencia para sentirse viva! Y de golpe vinieron a mí muchas respuestas y progresivamente se hizo la luz. Desde mi filosofía atea entendí el concepto de Santísima Trinidad del que hablan muchas religiones, teólogos, filósofos…Fue entonces cuando vislumbré que soy un ser de tres partes: Cuerpo, Mente y Espíritu, que busca su equilibrio con el fin de vivir y evolucionar en armonía.
Hoy entiendo que ser «espiritual» no tiene nada que ver con lo que uno «cree», más bien es un estado de conciencia.
El «ser físico» tiene conciencia del cuerpo.
El «ser mental» tiene conciencia del pensamiento.
Y el «ser espiritual» tiene conciencia del alma.
Yo había recluido a mi alma en el olvido, privándole de cualquier tipo de expresión y, con ello, cualquier tipo de expresión de amor sincero.
Entender esto ha determinado mi manera de actuar en el mundo y mi manera de interactuar con los demás y con lo que me rodea. Pero sobre todo, mi manera de actuar conmigo misma.
De esta manera, ahora respeto más que nunca el medio ambiente, disfruto del romper de las olas, soy incapaz de matar una hormiga! Y ante todo me mimo, me sonrío, me guiño el ojo de vez en cuando, me regalo un día de flores, un día de música, un día de paz… ¡Me siento en conexión con el Universo!
Si alguien me preguntase: ‘¿Cuando fue la última vez que lloraste de felicidad? ¿escribiste poesía? ¿hiciste un pastel? ¿pintaste algo? ¿besaste a un bebé? ¿tocaste la guitarra? ¿paseaste al amanecer? ¿conectaste con la naturaleza? ¿te sentaste a solas con el silencio viajando a lo más profundo de tu ser? ¿Cuándo fue la última vez que saludaste a tu alma?’
Sin dudarlo contestaría: ‘Fue hoy mismo’.
Anónimo (Asociación MAQAD) Ibiza, Octubre 2009