“Con lo buenecita que soy…”
El tema de esta semana es bastante difícil de trabajar.
Cuesta identificar los patrones de manipulación que confundimos con «estar enamorada hasta los huesos».
Es en realidad esa sensación de estar poseída por las emociones y por la idea obsesiva de estar con él las veinticuatro horas del día.
Hasta que te das cuenta de que no es amor apasionado, sino necesidad de manipularlo, de conseguir el mando a distancia que lo controle en exclusiva, tienes que pasar todo un camino de sufrimientos (en teoría innecesarios) indescriptibles.
Cambiar el «pobre de mi que me tratan tan mal y abusan de lo buenecita que soy» por el de «menuda manipuladora soy y como me gusta sufrir» es un paso que cuesta a veces la vida.
No comparto exactamente con Robin su empeño en decir que aprendemos las conductas en la infancia que nos hacen necesitar estas relaciones insatisfactorias y desquilibradas. Creo que es algo más genético que aprendido, pero independientemente del diagnóstico de la causa lo cierto es que utilizamos las relaciones como fuente de frustraciones constantes.
Personalmente no he soportado jamás a un hombre menos inteligente que yo.
He necesitado sentirme inferior a su lado para que la relación me interesara.
También he huido de los hombres excesivamente guapos como metas porque la posibilidad de que me fueran infieles, es decir, de que yo no fuera la única mujer para él en el mundo, me ha resultado insoportable.
Todo eso no ha sido más que mi enorme complejo de inferioridad y mi férrea voluntad de no salir de él. Tener un novio feo, inteligente y muy soberbio me aseguraba una relación a largo plazo en la que podía jugar a todos los juegos que mejor conocía.
Ahora te domino sexualmente, ahora te pongo celoso mientras tu no tienes ojos para nadie más, ahora me molesta que estés tan pendiente de mi y me doy muchísima pena por haber puesto mucho más que tú en la relación…
Vamos que podía jugar a salvar, manipular y ser victima casi simultáneamente.
De todas maneras me siento muy honesta conmigo misma y con las parejas que he tenido por haber podido dar ese paso y poder reconocer sin paños calientes que el problema no es si me quieren más o menos, sino si esa relación me aporta o no muchas cosas necesarias para mi vida.
A ratos creo que he perdido mi vida estúpidamente, pero en realidad debo reconocer que el camino que he elegido ha sido en gran parte voluntario y que lo que he aprendido sólo podía hacerlo por mi propia experiencia.
Es por eso que también pienso que no depende tanto de mí lo que mis hijos hagan o dejen de hacer en sus vidas. En este momento pienso que les doy todo lo mejor que tengo en mi, aunque eso signifique también equivocaciones o malos ejemplos. Sé que van a aprender a vivir por sus propias experiencias y en función del paquete genético que les ha tocado en suerte.
Me gustará que mi pequeña de cinco años sea de mayor una mujer feliz, sin complejos y sin obsesiones románticas que le hagan sufrir, pero eso no lo puedo controlar.
Supongo que ver a su madre segura de sí misma y feliz sería lo mejor que puedo darle, y yo sé que no me ve feliz. Tengo que aprender todavía mucho acerca de que no soy omnipotente y que por eso no soy una miserable porque eso es la clave de intentar cambiar a los demás y lo que termina haciendo que tu vida parezca no tener sentido.
Gracias por escucharme a todas. Por cierto vuestras impresiones son para mí un tesoro.
Una mujer aprendiendo de sus propias experiencias