“Un haz el amor y no la guerra”
Al principio de mi adolescencia me recuerdo muy soñadora y fantasiosa, tímida e inocente, muy insegura de mí misma, frágil, siempre callada, solitaria y temerosa de lo que pudieran decir o pensar los demás sobre mí.
El hombre era un universo totalmente desconocido para mí (sólo tengo hermanas). Recuerdo haber escuchado a mi madre decirnos en más de una ocasión: “Si os parecéis minimamente a mí, bastará que un hombre os mire para quedaros embarazadas”.
Yo era una ignorante de las relaciones entre hombres y mujeres. Desde mi punto de vista el hombre se dedicaba a trabajar y la mujer a cuidar. ¿Sexo? Era un concepto desconocido. Algo había visto en la tele en algún descuido de mis padres, siempre que había alguna escena subidita de tono cambiaban rápidamente de canal o nos enviaban a la cama quejándose de que televisión española no había puesto los 2 rombos. El sexo para mí era como algo prohibido, como las drogas; no lo sabía seguro pero me imaginaba que sería pecado aunque me despertaba cierta curiosidad…
Jamás se me ocurrió que mis padres pudieran tener relaciones sexuales! Con mi padre nunca hablé de sexo. Con mi madre una vez, el día que tuve mi primera menstruación. Ella me explicó que el motivo de mi ciclo menstrual tenía un propósito: poder tener hijos cuando fuera mayor. Puede que me explicase algo más pero yo no la escuché. Estaba bloqueada y tenía miedo. Me sentía muy incómoda con esa conversación y sólo quería que mi madre se fuese cuanto antes para llorar a escondidas en mi habitación. En esos momentos odiaba la menstruación, odiaba las compresas que mi madre me había dejado encima de la cama, odiaba a mi madre y odiaba a los hombres. Aún no les conocía y ya les culpaba de lo mal que me sentía en esos momentos por la confusión y por mis dolores menstruales.
Recuerdo mi primera menstruación como una de las peores experiencias de mi vida. Atrás quedaba mi etapa de niña para dar la bienvenida a un mundo desconocido para mí: LOS HOMBRES. No estaba preparada. Ahora lo veo. Era una niña insegura, llena de complejos y ansiosa de atención y amor.
Todos estos rasgos se acentuaron con mi entrada en la adolescencia. Los hombres me incomodaban y tenía un miedo atroz al embarazo. Entre una gran confusión hormonal y emocional llegué por fin, casi sin darme cuenta, a mi primera relación sexual. Yo 16, él 18. Recuerdo las horas de antes en casa preparándome para el gran momento. Como él conducía, ya se había encargado de escoger el lugar y el ambiente idóneo. Una cabañita en el campo, piscina…, chimenea… Yo estaba nerviosa pero emocionada. Él me quería sólo a mí!!
Tenía la sensación de que esa noche iba a ser inolvidablemente mágica! Y sin duda fue inolvidable… pero no mágica.
Yo me sentía incómoda e insegura de mí misma, avergonzada por mi poco cuerpo de mujer. Tenía mucho frío y mi conciencia me decía que aquello estaba muy mal. No sabía qué tenía que hacer ni cómo actuar. Pero ya era tarde para dar marcha atrás, además yo quería hacerlo. Qué iba a pensar él de mí! Así que me dejé llevar todo lo que pude confiando que en algún momento llegaría la magia… fue un mal trago, rápido, frío, sangriento, doloroso, vergonzoso para mí… ¡Un desastre! No recuerdo amor, ni pasión, ni magia por ningún lado. No se lo puse fácil al pobrecito… No sé qué me hizo pensar que el sexo podría ser mágico porque yo nunca había hablado de sexo con nadie. Antes de dejarme en mi casa tiramos las sábanas ensangrentadas en un contenedor de basura. Se debió ir a dormir con un buen susto! Mayor era el mío…
Esa fue la última vez que vi a mi novio. Nunca más me llamó, ni vino a recogerme a casa… y por supuesto yo nunca lo busqué ¡Qué vergüenza! Nunca tuvimos ocasión de hablar de la experiencia, fue como si nunca hubiera ocurrido… Yo me sentía muy culpable por lo que había hecho, por lo mal que había salido, además de la noche a la mañana mi querido novio ya no estaba conmigo… ya no me quería. Sentí mucha presión psicológica, mi novio…, mis padres…, mis amigas… mejor no se lo contaba a nadie y ya está! Y así fue hasta ahora! ¿Os dais cuenta? Tengo 35 años y es la primera vez que comparto esta experiencia con alguien ¡¡¡¡20 años de secreto!!! Ja ja ja!! ¡¡Qué locura!! Esta experiencia marcó por supuesto el resto de mis relaciones.
Mi juventud la dediqué a castigarme quitándole importancia a mis sentimientos, acostándome con chicos por los que no sentía nada en absoluto… fue una época autodestructiva en la que perdí muchos vínculos familiares. Reprochaba a mis padres todo lo que no me habían enseñado sobre la vida de verdad. Todo parecía haber sido una gran mentira. Yo era una mezcla de hippy salvadora de las causas perdidas, siempre con mi guitarra a cuestas, intentando hacer el amor y no la guerra pero autodestruyéndome por dentro por el poco respeto que me dedicaba.
Mi cuerpo no me gustaba pero mientras se mantuviese fuerte y delgado no me molestaba. La verdad es que me daba igual.
El sexo nunca lo disfruté, siempre buscaba el placer del otro olvidándome de mí misma. Imaginaba que sin culo y sin tetas el sexo obligatoriamente siempre iba a ser más difícil para mí que para el resto de las mujeres “normales”, pero ellas no eran tan “especiales” como yo…, así que me esforzaba el doble para que él disfrutase ¡Qué locura! ¡Qué ignorancia! ¡Qué enferma estaba…!
En fin, por supuesto todo cambió cuando cumplí 23 y llegó mi hijo. Me quedé embarazada con 22 años y no me cabe la menor duda de que la llegada de mi hijo fue un regalo de la vida, mi ángel de la guarda!! Pues cambié el chip radicalmente. Seguí enferma durante muchos años pero mi cambio de chip llegó mucho antes de que yo tuviera tiempo de dejarme llevar por las drogas, el alcohol… o de que contrajese alguna enfermedad de transmisión sexual.
Aunque probablemente muchas de vosotras os podáis sentir identificadas en cierta manera con parte de mi adolescencia, os confieso que haber hablado de ello para mí es una liberación. Ahora leo lo que he escrito y me parece una soberana tontería! Evidentemente como mujer adulta responsable de su felicidad, ya os imaginaréis que mi ignorancia no es la misma. Lo triste es tener que aprender a base de malos tragos… y tampoco quiero vivir obsesionada porque a mi hijo o a mis sobrinas les pase lo mismo. Veo a mi hijo con casi 14 años y se me olvida el miedo por las drogas, el alcohol, el sexo… Yo soy la primera sorprendida! Sólo deseo que sepa ser feliz. Hablamos, compartimos, existe un diálogo, no quiero que me lo cuente todo… sólo lo que él necesite compartir conmigo. No quiero saber más de lo que me corresponde como madre, porque mi corazón sabe que cuando él lo necesite, no dudará que puede confiar en mí. Es difícil porque yo sólo le tengo a él a mi lado… sé que no es mío, que no me pertenece, caminamos juntos por la vida y ese para mí es un gran regalo, pero no sé lo que le depara la Vida ni los planes que el Universo tiene para él. No quiero tener miedo. Hoy por hoy es mi mayor fuente de amor y siento un profundo respeto por esa personita que cada día me da un beso antes de salir de casa. Con las hormonas revolucionadas, sí… pero sólo puedo sonreír cuando pienso en el maravilloso adolescente que se está convirtiendo. Las que tenéis hijos me entenderéis. Le deseo lo mejor en la vida, un maravilloso primer beso, una maravillosa primera vez, desearía que él pudiera aprender a base de buenas experiencias, pero eso en realidad no está en mis manos, al igual que a mí, la vida le ofrecerá todo lo que necesite aprender. Tengo fe en la sabiduría de la Vida.
Si me preguntáis cual es la experiencia más significativa de mi juventud, ahora que me he desahogado ya lo tengo claro, tuve buenos amigos, compartí risas y buenos momentos, pero sin duda alguna, nada comparable al nacimiento de mi hijo.
Una mujer MAQAD Junio 2010